Flush by Carl Hiaasen

Flush by Carl Hiaasen

autor:Carl Hiaasen [Hiiasen, Carl]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9781644733158
editor: Penguin Random House Grupo Editorial USA
publicado: 2021-04-22T00:00:00+00:00


Más tarde, Abbey y yo empacamos algo de comer y nos fuimos en bicicleta a Thunder Beach. Era uno de esos días brumosos y brillantes en los que el horizonte desaparecía, y el mar y el cielo se fundían en un infinito azul pálido. El calor que emanaban las aguas tranquilas hacía que el faro pareciera estar temblando a la distancia.

Nos sentamos en la arena tibia y comimos nuestros bocadillos mientras compartíamos una botella de agua. Traté de decirle sutilmente a Abbey la verdad sobre su video, pero ella estaba un paso por delante de mí, como de costumbre.

—Era una porquería, lo sé —dijo—. Ya lo borré.

—Tu plan era genial. No es tu culpa que no haya funcionado.

—Sí, lo que tú digas.

Cuando le conté lo que papá había dicho en la cárcel, se quedó callada un rato. Finalmente, dijo:

—Eso es bueno. ¿No? Que papá prometa que se va a comportar.

—Supongo. Sí.

Una lancha rápida de color rojo cereza pasó a toda velocidad por la playa, dio una curva cerrada y arrancó rugiendo en nuestra dirección. El conductor era un tipo musculoso con tanto oro colgando del cuello que era un milagro que pudiera sentarse con la espalda recta. Redujo la velocidad hasta quedar prácticamente estacionado y le gritó algo a una mujer grande y rubia que estaba tomando el sol a unas cincuenta yardas de donde estábamos sentados. El motor de la lancha sonaba tan fuertemente que no pudimos oír lo que el tipo decía, pero la mujer se levantó y le indicó con dulzura que se acercara a la orilla. Cuando lo hizo, le dio un tortazo con una lata de cerveza.

—¡Uuuh, bebé! —Abbey exclamó—. ¡Esa mujer podría ser el mariscal de campo de los Dolphins!

—Creo que sé quién es —dije.

La lancha arrancó a toda velocidad y el conductor arrojó la lata de cerveza por la borda. Cuando pasó junto a nosotros, noté que tenía el ceño fruncido y que se frotaba la frente justo donde le había pegado la lata.

—¿Tú conoces a esa mujer? Oh, ni me lo digas —Abbey miró con curiosidad a la bañista rubia. Estábamos demasiado lejos de ella como para poder distinguir el tatuaje de alambre de púas o los aros en sus orejas.

—Sígueme —le pedí a mi hermana.

Shelly estaba sacudiendo la arena de su toalla cuando llegamos. Llevaba un traje de baño amarillo neón y gafas de sol redondas y polarizadas. Su rostro estaba untado con tanto óxido de zinc que parecía como si se hubiera caído de bruces en un pastel.

—Bueno, bueno, pero si son los increíbles chicos Underwood —dijo.

—¿Qué te dijo el tipo de la lancha roja? —preguntó Abbey con su habitual franqueza.

—Digamos que me pidió una cita, más o menos —dijo Shelly—, pero necesita trabajar en sus modales.

—Le diste un buen porrazo —comenté.

—Créeme, se lo merecía. —Le guiñó un ojo a Abbey—. Ahora bien, si el tipo hubiera sido Brad Pitt y no un pedazo de gorila de gimnasio de Lauderdale, hubiera sido una historia completamente diferente. Estaría sentada a su lado ahora mismo, yendo a toda velocidad hacia Bimini.



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